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jueves, 25 de febrero de 2016

Hasta siempre

Tenía trece años y la profesora de informática nos explicó cómo funcionaban estos espacios en internet. Aún recuerdo qué se me pasó por la cabeza cuándo dijo que teníamos que ponerle un nombre. No quiero ni contar las horas que habré dedicado ajustando los detalles, diseñando el estilo o fotografiando. No tenía ni ordenador y sólo podía escribir a escondidas en la biblioteca. Hace ocho años era insegura, débil, inestable, sensible e ilusa… Pero cuando escribía me sentía poderosa. Por primera vez podía ser quien quisiera, decir lo que quisiera.

Hay personas que continúan preguntándose por qué esto siempre ha sido tan importante. Qué necesidad tenía de exponerme de esa forma en las redes. Nunca he contestado, pero hoy me gustaría regalarles esta explicación: porque todos nos exponemos, de alguna u otra forma, y yo decidí hacerlo desde algo que me apasiona. Porque pienso que si no escribo todo lo que siento desaparece. Pero sobre todo porque la niña que fui necesitaba escuchar que todo iría bien.

Y por supuesto no ha ido todo bien. Pero he descubierto que eso tampoco está tan mal. Como dice mi canción favorita, esto empezó siendo una canción muy triste y ahora es algo más. Mucho más. Nunca habría imaginado un escondite mejor que éste. Ni que pudieran colarse, de vez en cuando, lectores desconocidos cuyas palabras se mezclaban con las mías. Hice esto a cambio de nada, pero os juro que sólo por eso sé que todo este tiempo ha valido la pena. No sé si  quedará algún superviviente por mi falta de constancia, pero si estás ahí: GRACIAS. Jamás, jamás, jamás, jamás subestiméis el valor de unas palabras. Porque pueden destruir y curar todo.

Probablemente este es el texto que más me ha costado escribir en toda mi vida. Cómo puedo explicar que la melodía de entrada –la de amelie- la tengo tan grabada que podría tararearla en sueños. Cómo puedo olvidar los 2.000 borradores que se han quedado en el tintero. Las historias ‘ficticias’ que sorprendentemente han creado otras muy reales. Aquella gente que me leía y ya no está. A los que he despedido con palabras pero nunca de verdad.

Pero, sea como sea, hoy he decidido poner punto y final. No me he rendido y pienso seguir escribiendo para mí misma y para quien quiera colarse. Aún así, siento que no hago más que envenenar la esencia de este sitio. Me siento como si estuviera cambiando de lugar todo lo que un día coloqué por algún motivo. Valoro tanto este blog que quiero que se mantenga fiel a lo que fue.

Por eso, estoy de mudanza.

PD. Dedico mi última frase a esa niña de trece años, por haber tenido el coraje de crear todo esto. No eras tan ilusa. No necesitabas cambiar tanto.


Hasta siempre.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Crecer.

Estoy utilizando el arma más letal que existe.
Y no tengo miedo.

Desaprender.
Confusión absoluta.
Ahogo.
Exceso de pensamientos.
Exceso de matices.
De excusas.
Violencia.
Física y mental.
Ruido, gritos, golpes.
Cuestionar
Dudar de todo.
Sentir la gravedad del mundo
El peso del coraje.
Utilizar la mentira
como un billete de avión.
Oler el miedo
y fingir ser anósmico.
Olvidar cómo
mirar a los ojos.
Olvidar que
rodear con los brazos
es un abrazo.
Beber agua fría
y no deshacer la garganta.
Aparentar
el equilibrio
que nos mata.
Falsa seguridad.
Comer por llenar
el estómago
de algo más
que vacío.
Convertir el silencio
en un bisturí.
Poner una mano sobre otra
ya no es acariciar.
Creer en una verdad que somete
y en una mentira que libera.
Encharcar los pulmones
de angustia contenida
y ahogarnos de odio.
Escribir la historia
que nadie quiere leer.
Respirar, llenarnos de sangre,
contener, resurgir.
Quemar los libros
en los que aún existen los niños.

Y morir por orgullo.



martes, 24 de marzo de 2015

Un lugar feliz

La ciudad del sol eterno estaba dormida. Sus habitantes, poco acostumbrados a la oscuridad, se refugian como si el agua fuera tóxica. La tierra seca y sin vida se inunda.

Iba yo por las calles de la ciudad dormida, con mi paraguas roto y mi pelo empapado. La lluvia caía con tanta gracia que sentía que la naturaleza componía una canción, y solo yo podía escucharla. 

Iba yo por las calles de la ciudad dormida, y sucedió algo espantoso. Me di cuenta de que tenía manos, que tenía brazos. Luego fui consciente de que tenía piernas, y que todo mi cuerpo se movía. ¡Que tenía cuerpo!. Que mis ojos captaban luz y mi cabeza lo interpretaba. Pude escuchar, además, el silencio de la ciudad. Más tarde, asimilé el cemento del asfalto, la luz intermitente de las farolas y las flores apagadas de los balcones. Quise entender que detrás de esas nubes había un lienzo enorme de puntos de luz, que no eran más que otros lugares, que nunca pisaría. Lugares, hogares, como este. Como el mío. Un lugar feliz. 

Cuando era pequeña, mi padre y yo jugábamos a adivinar las moralejas de los cuentos. En ellos, los personajes cumplían un cometido, y todo estaba perfectamente justificado. Las historias eran, en aquella época, un sinfín de casualidades que terminaban con un final redondo. Los malos cumplían su castigo y los buenos eran magnificados. Todo estaba en orden. Hasta hace poco creía que esos cuentos fueron lecciones. Pero no podría estar más equivocada: eran mis prismáticos. Mi forma de ver el mundo. Y, creyendo que nuestro mundo era un cuento, me dediqué a buscarle su moraleja.

No sé si crecer es darse cuenta de que somos reales. O que el oxígeno que nos hace vivir también nos oxida. Quizá el problema esté en que la magia tiene fecha de caducidad y que desaparece de golpe cuando vemos que hay viajes que no tienen vuelta. Que hay algunas tragedias que no tienen enseñanza. He visto cómo las sonrisas más limpias del mundo se torcían para siempre. He oído cómo mi amado silencio se convertía en un ruido ensordecedor. Y he sentido que en la superpoblación de gente feliz de este lugar feliz, estaba sola. 

Creí que ya estaba preparada para ser medianamente adulta. Suponía que ya no creía en los cuentos. Hasta que paseé por la ciudad dormida y acepté que nunca seré consciente de que soy real. Somos niños disfrazados de adultos responsables. Asimilando nuestro papel constantemente, pensando en la felicidad como al lugar donde llegar. Somos personas reales disfrazadas de animales de fábula

Por eso, como persona real y de paso, en un lugar solitario y mortal, diré que no hay moraleja posible ante esta convulsión de casualidades increíbles. No hay final feliz, ni puntos suspensivos. Y el único destino que está escrito en las estrellas es una vida medianamente decente, con sus idas y venidas. Con sus tragedias y sus maravillas, cuyo único fin es la muerte.

Pero, como personaje de leyenda, diré que somos puntos de luz, en un lugar que no es más que un sueño. Y que nadie se va nunca del todo de este lugar feliz.






María Segura Navarro.






domingo, 4 de enero de 2015

Aquí y ahora

Entre el aquí y el ahora, el tiempo nos está matando.
Pero aún tenemos la necesidad amarga
de dar las gracias por poder mirarnos.
De desechar nuestra última esperanza...
Sentirnos fugaces, incontrolables, enfermos.
Aún nos queda el último baile,
Aún podemos sonreír
Y darnos cuenta que entre el aquí y el ahora 
aún nos queda algo de tiempo.

María

martes, 16 de diciembre de 2014

Decisiones

Voy a escribir lo que me apetezca.
Quiero decir, siempre escribo lo que pienso, pero esta vez no voy a vigilar si las palabras se entrelazan con música.  Ni siquiera voy a pensar si habrá alguien buscando mis faltas de ortografía o si realmente me contradigo.
Siempre tengo faltas de ortografía, siempre me contradigo y casi nunca logro que nada suene a poesía. Pero porque soy así, un intento de muchas cosas, consumida por un miedo atroz a volver a la tristeza como si nunca hubiera logrado sobreponerme a ella. Y es que la tristeza, a diferencia de lo que se suele creer, es una manta cálida y confortable en un día de lluvia. Nunca nadie está triste por ningún motivo, eso es cierto... pero estar triste es fácil. Culparte de todo es fácil, y a no ser que tengas una autoestima de hierro, es inevitable caer en ella de vez en cuando.

Pero no me apetece hablar de la tristeza. Yo no soy eso. Quiero escribir porque hay una frase que me persigue, que me aterra: "Creemos que nosotros creamos nuestras decisiones, mientras que la realidad es que ellas nos crean a nosotros". Supongo que es un pensamiento bastante popular y carente de personalidad. Supongo, también, que debí escucharlo de la boca de alguien hace ya mucho tiempo. Pero estas semanas se me ha aparecido como una voz interior. La conciencia que muchas veces me gustaría ahogar con cosas vacías, rellenando todo el espacio en blanco de mi existencia con garabatos, música absurda y pinceladas de humor negro. Aunque es imposible, mi parte más humana pide a gritos que me emocione, que sufra y que abandone esta vida siendo quien siempre he querido ser. Mi yo, el de verdad, nunca deja una frase sin analizar y hacerla un poco mía.

Siempre he pensado que lo más importante en esta vida era la autenticidad, ser fiel a lo que sientes y a lo que amas por encima de todo. Pero es una bonita utopía que ser auténtico y ser feliz sean compatibles. Ilusionarse, emocionarse, emprender, luchar por un sueño... implican dejarte el corazón en cada meta. Y sentir que lo que haces no será visto por nadie más que por ti. Y a pesar de todo, decirte "está bien", es lo que quiero. Luchar significa llenarte de decepciones y que un impulso irracional y estúpido se empeñe en ver lo increíblemente bonito que es lo que persigues. Es de locos. Pero, a pesar de todo, creo que esa maldita frase es cierta. Aunque yo le incluiría algo:


Somos lo que somos gracias al impulso irracional que nos hace ser fieles a lo que amamos.



María.



viernes, 29 de agosto de 2014

El mar

El mar es impredecible. Un día, el sol brilla sobre el azul haciendo un increíble baile de destellos dorados al son de la suave música provocada por el roce de los dos mundos: la tierra y el agua. Que otro, despierta enfurecido, como poseído por un ataque de celos, porque quizá ese roce no sea suficiente y quisiera unirse para siempre con la arena, que no es más que polvo de estrellas. Entonces, el mar grita, el sol se esconde, la arena se hiela. El océano se convierte en una  espesa sombra negra. Las olas rugen y se tragan todo a su paso. Y es tan conmovedor, que no sé muy bien con qué imagen quedarme. Quizá por eso el mar sea tan fascinante… por su impredecibilidad.

Desde siempre, el mar y yo hemos tenido una especie de conexión. O quizá sea que yo he tenido una conexión no correspondida con el mar. De pequeña, creía que las olas eran seres vivos, capaces de escucharme y conceder deseos. Hablaba con ellas, cerraba los ojos, apretaba las manos y pedía un deseo. Tardaría años en darme cuenta de que la gente me miraba y que ya no tenía edad para expresar abiertamente que estaba loca.

Este año, también le he dedicado tiempo al mar, o él me lo ha dedicado a mi… No estoy muy segura. Mientras dejaba que las olas borraran mis pasos (torpes, pequeños y superficiales) pensaba en todo aquello que me ha hecho ser lo que soy. Pensé en lo poco que duraron a veces aquellos sueños cuando pisaron el suelo. Pensé en lo duro que fue darse cuenta que algunas historias no tienen el final que prometen y las mejores cosas pasan sin que seamos conscientes de lo que significarían después.

Hoy, empieza otra vez mi nueva vida, y he perdido la cuenta de todas las vidas que he empezado y he acabado a lo largo de estos años. A veces me pregunto por qué siempre llamamos “vida” a nuestra estancia por este lugar lleno de millones de lugares. Por qué escribiremos en singular  el hecho de llorar, reír, soñar, crear y morir… Si realmente nunca una lágrima es igual que otra, si cada risa pertenece a una única persona, si hay millones de sueños diferentes en nuestra cabeza que necesitan ser escuchados de forma distinta, si con cada persona creamos algo irrepetible. Pero sobretodo, por qué llamaremos “vida” y no “vidas”  si en este “mundo” lleno de “mundos” morimos tantas veces y empezamos tantas que cuesta creer que seamos la misma persona que hace y deshace todo esta increíble historia, llena de historias.

Dicen que soy extremadamente emotiva. Pero qué queréis que os diga. A mí todo esto me parece algo horrible y fascinante al mismo tiempo. Creo que ahí está la magia. Por eso, hoy estoy escribiendo esto, después de tanto tiempo… porque quería despedirme, dar las gracias, y decir que a pesar de las lágrimas, ha sido un placer reír juntos. No me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta ahora. No porque no me haya equivocado sino porque sigo queriendo aprender de mi misma y tengo todos mis errores bien guardados para cuando los necesite.  Ah, también he conservado todas las fotos que nunca hice. Son increíbles: en una, sale una chica bailando con sus zapatos rojos y una sonrisa tan grande que parece irreal. En otra, hay un anciano con los ojos más brillantes que he visto nunca, sosteniendo historia en sus manos, una historia cálida, sencilla y aunque parezca increíble… presente. Pero sin duda, mi favorita, es la de un amanecer de aquel día en que decidí decir adiós a muchas cosas. Qué vida tan curiosa, loca y desordenada, que te permite morir (y vivir) en un amanecer de un día cualquiera.

Estoy orgullosa de decir que ya no soy la misma. No porque antes no lo estuviera, sino porque antes no era totalmente consciente de lo importante que es querer lo que eres, lo que amas y hacia dónde vas. Sé que es ilógico, pero es tan sencillo concentrar tu atención en todo aquello que te hace sentir incompleta, vacía u ordinaria. Tan fácil y tan desesperante. Por eso, he decidido luchar, complicar las cosas y dejar de anestesiar mis deseos y mi voluntad.

Me gustaría aclarar que esto no es una declaración de intenciones, no pretendo conmover (no exactamente), ni herir, ni muchísimo menos hacer creer que soy un ejemplo a seguir. No me gustan los líderes, no tengo alma de líder, ni soy alguien que merezca admiración. Solamente escribo porque me alivia saber que mis pasos no son tan superficiales, ni tan torpes, y que quizá sí que sigan un camino emocionante. Por eso, si estás leyendo esto, sólo quería compartir algo que he aprendido y que ojalá hubiera entendido hace mucho tiempo. Es breve, lo prometo:

Vive tantas vidas como puedas. Guarda bien tus errores porque son el reflejo de toda tu autenticidad. Procura ser fiel a las personas que ven en tus defectos algo encantador y único. Tu historia no será como la imaginas, deja de intentar controlarla. Baila, sé incoherente y crea algo único.

Pero sobretodo, acepta que la vida es como el mar: furiosa, atenta, brillante, incontrolable, emocionante… impredecible. Ama todas las vidas que tengas y todas las personas que, como las olas, vienen y se van.






María.

martes, 3 de junio de 2014

Prohibido cerrar los ojos.

Despierta. El héroe ha vendido su capa por un traje de seda.

Abre los ojos. Lo esencial es invisible sí, pero aquí no importa. El mundo no está hecho para cerrar los ojos. Si posees algo, te lo quitarán, y no tendrán en cuenta que tú vienes del mismo sitio incierto , que te oxidas como ellos, que amas tontamente, que deseas con fervor una ridiculez, que ansías la felicidad de los cuentos de hadas y duermes bajo miles de luces que se apagan... como tú y ellos se apagarán.

 Ni se te ocurra parar un instante, bien sea para recordar o para olvidar.Porque mientras tú te ausentas, te olvidan, te sustituyen, te congelan.

No muestres tu humanidad. No reconozcas que tienes miedo a estar solo, que te preguntas si realmente eres querido y que siempre dudas en si  debiste o no hacer aquello.

No cierres los ojos, por favor. No tardes en recuperarte de cada golpe. Respira. Estate alerta, porque en cualquier momento, pueden quitarte lo único que tienes realmente. Puede que te convenzan de que no vales nada. Puede que alguien te diga te quiero sin sentirlo. Puede que tu mejor amigo te traicione. Quizá algún día te despiertes y no desees continuar. Algún día te borrarán tu sonrisa más verdadera, te quitarán tus mejores intenciones, te robarán la inocencia ... sé que herirán a muerte tu corazón.



Y cuando eso ocurra, recuerda: Puede que el mundo no esté hecho para cerrar los ojos, pero el mundo es sólo una minúscula mota de polvo, dentro de una pequeña nube de polvo, dentro de una inmenso mar de polvo.


Tus sueños son más grandes



María.

sábado, 3 de mayo de 2014

Mis demonios

"Cuando los días son fríos
Y todas las cartas han sido jugadas
Y los santos que vemos
Están hechos de oro


Cuando tus sueños se han arruinado
Y aquellos a los que alabamos
Son los peores de todos


No te acerques demasiado

Está oscuro aquí adentro
Aquí es donde mis demonios se esconden
Aquí es donde mis demonios se esconden"    Imagine Dragons- Demons


Como piedra cuesta abajo, como libro sin su amante, como beso sin su fuego, como las flores creciendo entre el cemento, como el "Nunca jamás" de aquel Domingo por la tarde...  Aún siento que no estoy donde tengo que estar. No puedo seguir arrastrando mis pies por este maldito agujero que nunca me ha dado una oportunidad. En el que no me enseñaron que hay algo más, que soy de carne y hueso, que soy tan grande como mis sueños. Crecí rodeada de astillas que se iban clavando poco a poco, me metieron ideas tontas sobre mis límites, me hicieron débil y yo les dejé que lo hicieran. Porque aquí dentro están mis demonios, y yo permití que entraran todos. Alimentándolos con traiciones, engaños, humillaciones y desesperación, se hicieron grandes y terminaron por ahogarme.

Pero ahora, estoy dejándolos ir,  tratando de estar cómoda con mi piel y mi nueva mirada. Ahora sé que es hora de utilizar toda esa fuerza guardada durante años. Es mi momento de despertar de esta pesadilla, que ya pasó y que aún temo. Voy a seguir, voy a matar a todos mis demonios. Aunque cueste, aunque eche de menos a aquellos que los alimentaron. Aunque la soledad amargue las horas y el silencio inunde mis esperanzas. Porque se les olvidó que yo también puedo enseñar algo.

El blanco es más que un color.
El silencio es más que un ruido.
El cero es más que un número.






Porque tiene que haber algo más, porque no me conformo, porque me lo merezco.

domingo, 6 de abril de 2014

Esperanza

Se despide el sol de invierno. Llega el calor, vuelven las golondrinas. El gran teatro, y su escenario, el mundo, cambia y sigue. Muchos corazones dormidos, buscan algo que les llene.

En otro autobús, de camino a casa, una niña mira absorta la ventana. Miro donde ella ha fijado sus ojos. El paisaje mediterráneo, cálido y seco durante el día, se ha teñido de colores lilas, rosados y azules. Se escucha el murmuro de la gente que viaja, sea de vuelta o de ida hacia un lugar dónde le esperan, o dónde ya no. Mi acompañante momentánea, me pregunta la hora. Tiene los ojos negros, y un pelo corto y rizado del mismo color. Deben de ser ya las ocho y media, le dije. Ella sonríe y suspira, mira sus manos y las acaricia lentamente. Luego, mira hacia la ventana, y sin mirarme, dice: ¡mira ese árbol, todo lleno de flores y sin hojas! El bus ya ha hecho su primera parada. Observo el árbol y sus flores, de color carmesí. Me preguntó porque habrá querido compartir conmigo lo que estaba viendo, y porqué le sorprende que un árbol sólo tenga flores. En realidad creo que sí que tenía hojas, señora, pero ya es primavera, le digo. Ella sonríe y asiente con la cabeza.

A mi izquierda hay una pareja de ancianos. Hablan entre ellos en un idioma que desconozco, y no puedo evitar imaginar qué estarán diciéndose. Ella habla todo el rato, y su tono de voz es claro y pausado. Él la escucha con ojos tristes y cansados. De repente, ella se calla. El silencio dura el tiempo suficiente para pensar que hablaban de algo serio, de algo que te pesa desde hace tiempo y que quizá nunca cambie. Ella, pálida hasta las pestañas, acerca su mano hacia la de él, y por primera vez escucho la voz del anciano. Dice una frase corta y rotunda. Algo cambia en sus ojos grises.

En frente mía hay una chica joven, sentada sobre sus pies. Mira su móvil sin pestañear, sin ningún tipo de expresión en la cara. Se acaricia el pelo intentando poner en su sitio cada mechón de su melena castaña. Vuelve a mirar el mismo texto, una y otra vez. Apaga el móvil, y mira hacia la ventana. Apuesto a que ni si quiera está viendo que el sol ya se ha marchado de nuestro horizonte, y  que nuestras montañas se dibujan como una silueta en el cielo. Quizá el horizonte sólo sea para ella una pantalla en la que visionar sus recuerdos. Se mueve inquieta, intentando acomodarse en los viejos sillones del bus. ¿Cómo sentirse cómoda si este bus se está moviendo, el paisaje está cambiando, y este mundo jamás perdonará que nos quedemos quietos? Como si estuviera escuchando lo que pienso, sus ojos verdes pestañean, saca su móvil del bolsillo y responde rápidamente aquel mensaje interminable.

Me giro y ahí estás tú, mirándome. Desaparece la chica de en frente, desaparecen los ancianos de mi izquierda, desaparece mi acompañante, incluso ese horizonte alterable. Sonríes y qué importa si volvemos o si vamos. Si la vida este Abril nos tratará con cariño, si encontraremos algo que nos llene, y si sonreiremos más veces que el mes pasado. Qué importa si todo morirá con nosotros o si los problemas nos ahogarán a  veces. Existes y me tropecé contigo, y el mundo es un lugar increíble.

Aquí está, la última parada. Recojo mis cosas, y miro por última vez a todas las personas que han viajado conmigo. Mientras bajo, pienso en todos ellos. Mi acompañante, ¿habrá sentido como yo, que la primavera siempre llegará y  nacerán las flores en ese humilde árbol? Aquellos ancianos, ¿Seguirán dándose la mano, seguirán con ese brillo en los ojos, seguirán luchando? La chica joven, ¿Le habrá cambiado la vida lo que fuera que decidió contestar?

No sé que será de nosotros. Gente que busca, que sigue perdida. Por ahora, sólo sé con certeza que el mundo cambia y nosotros con él. Y que siempre, quedará algo por lo que luchar. Siempre quedará esperanza.


 María.

domingo, 30 de marzo de 2014

Lejos.

Estoy ordenando mis recuerdos.
Recuerdo el sabor, el tacto, los colores de todos ellos... tengo un don para volver a ese mundo dónde todo permanecerá intacto e irreversible, aquél mundo que muere cuándo alguien lo olvida. El problema es cómo y a dónde regresar, en qué parte de mi vida estoy y porqué no siento los pies en el suelo.

Hoy he decidido escribir sin tener en cuenta que nadie va a estar ahí, detrás de la pantalla, intentando escucharme. Quizá esto sea lo más sincero que he escrito nunca. La verdad quizá dañe, pero te da alas. Y yo tan solo quiero volar, volar muy muy lejos de aquí... A un lugar que quizá no exista, pero que jamás dejaré de buscar. Ese sitio al que pueda llamar hogar sin necesidad de encerrarme en él, en el que los días sucedan y dejen tras de sí la memoria de una historia increíble. Ese hogar que soñé, cuando era niña, dónde en mi cabeza sonaban nombres de personas que se veían, que se tocaban, que se querían, sin ninguna excusa tan buena como el hecho de saborear ese instante. Lejos de los gritos, de burlas, de las críticas que me ataban. Lejos de mi misma. Soñé que me rompía como si toda mi existencia hubiera sido de papel. Y me escribía en las nubes, en la piel, incluso en la ausencia.

Tengo cientos de fotos tiradas en mi cama. Ojalá desaparezcan. Las miro y ellas me miran a mi. ¿Dónde se fueron tantos sueños? ¿Dónde puedo almacenar tantas preguntas que no quiero contestar? ¿Porqué este sitio nunca me dio la oportunidad de ser yo misma? ¿Porque estuve tan ciega?... 

Viajé a los que creí que eran los mejores momentos de mi vida. Solo quedan cenizas.


María.

lunes, 10 de marzo de 2014

90 minutos

Se apagan las luces. Respira. Déjate ir. Vuela.

Supongo que hay nudos que cuestan más de deshacer. Nudos en los zapatos de baile. Nudos al enredarse el viento con tu pelo. Incluso hay algunos que se enredan tanto que acaban asfixiándote.

He calculado los minutos que paso en el bus cada día. Más de noventa, cuando no hay tráfico. Cada mañana me quedo a una milésima de segundo de perderlo, no sé muy bien si es que realmente me divierte el riesgo o que simplemente soy una inconsciente. Puede que un poco de ambas cosas. El conductor sonríe y pronuncia su estudiado y monótono "Buenos días". Busco un sitio al lado de la ventana más grande. Me siento, y me mantengo ausente de todo, con la cartera aún en las manos. No es hasta que los árboles empiezan a aparecer en el camino, cuando decido guardar las cosas y ponerme cómoda. Pero, entonces ahí está: el sol, que ya se ha despertado, inunda poco a poco las montañas con su magia. Esa magia dorada y ténue, que hace que todo se vea distinto. En el bus suenan las canciones de moda en la radio de moda. Todos los pasajeros están ausentes. Pero yo, no puedo evitar hacerle una carrera al sol, admirar el color de un día nuevo, de un día que grita, como todos, ese mensaje olvidado. Ese mensaje que se encarga de ahogar la rutina.

He calculado los minutos que paso en el bus al día. 90 sin ir más lejos. Que equivalen a 7 horas y media a la semana. Y si todo va bien, 30 horas al mes. Es decir, que cada mes, paso un día y 6 horas en el bus, haciendo el mismo trayecto, para hacer las mismas cosas que siempre, los mismos buenos días y hasta mañana a la misma gente. Sin embargo, hay días que el cielo es una paleta de colores salmón y celeste. Otros se vuelven dorados y la tierra luce con sus colores cobrizos y verdes. Días que suenan canciones distintas, que me hacen vibrar. A veces alguien me abraza, alguien sonríe, algo empieza a nacer... A veces alguien sabe que somos extrañamente similares. Os lo prometo... hay días en los que juraría que el mundo es mi hogar.

Y otros, simplemente se amontonan, se enredan y forman nudos complicados. Difíciles de deshacer. Quizá sea el exceso de pasado, su dolor fantasma, que aparece y desaparece en forma de mal sueño. O que nunca he superado una despedida. O, tal vez, seguramente, sea que nunca me he dejado llevar, nunca del todo. Me siento diminuta, sé que lo soy. Sé que sé estar triste, sin molestar mucho. Pero, el problema es que he calculado los minutos que paso al día en el bus, y no quiero perderme el espectáculo.


Quiero ser como el sol. Quiero salvar el mensaje.





Se apagan las luces, respira, déjate ir...            Vive.





María.

domingo, 23 de febrero de 2014

Viajar

Si pudiera no mirar atrás. Si pudiera alejarme de todo lo que me ha hecho daño. Si pudiera...

Pero en fin, siempre quedarán los viajes. Irnos, dejar las preocupaciones en la almohada y cargar tu maleta de promesas. Te prometo que conmigo vas a estar bien. Te prometo que quiero conocerte porque me fascinas y no para juzgarte. Te prometo que reír será nuestra música y nuestros pasos un baile interminable. Y sea como sea, se cumplan o no, nunca he vuelto de un viaje siendo la misma persona. Sean de un día o de dos. Sean una semana entera. Durmamos bien o mal... ¿Qué importa si no llevamos el calzado adecuado? Caminaremos descalzos. La carretera y el horizonte se abren paso ante nuestra aventura. Aquella que empezamos casi sin querer, casi sin organizar. Esa en la que de repente nos vemos en un tren, en un autobús, o en un avión. Esa adrenalina que siento... es lo más parecido que conozco a la libertad. Y de hecho, si tuviera que definir libertad diría: "Alejarte de la persona que estás acostumbrada a ser"

Por lo que yo he aprendido, sí, es cierto, hay momentos que curan otros. Personas que buscan más allá de "tu límite de comodidad", o como a mi me gusta llamarlo "tu mentira más confortable". Aquella que utilizas para tener esa aparente felicidad de la que el mundo suele presumir. Tu máscara ante la realidad tóxica. Son los viajeros que comparten contigo sueños, miedos y horizontes los que  nos empujan a cambiar nuestra vida desde dentro, desde nosotros. Momentos serios, momentos absurdamente increíbles, que terminan uniendo los pedazos que forman nuestros mejores años. Disfrutemos ahora que somos jóvenes, ahora que tenemos tiempo y podemos volver a reinventarnos tantas veces como queramos. Ahora que los noches son nuestras y los días nos saben a poco. 

Gracias a todos aquellos viajeros que me han cambiado desde dentro, a los que quiero seguir cuantas veces me dejen ir con ellos. A los viajeros que quieren acompañarme aunque sea descalzos.



Os quiero.


María
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