Pero en fin, siempre quedarán los viajes. Irnos, dejar las preocupaciones en la almohada y cargar tu maleta de promesas. Te prometo que conmigo vas a estar bien. Te prometo que quiero conocerte porque me fascinas y no para juzgarte. Te prometo que reír será nuestra música y nuestros pasos un baile interminable. Y sea como sea, se cumplan o no, nunca he vuelto de un viaje siendo la misma persona. Sean de un día o de dos. Sean una semana entera. Durmamos bien o mal... ¿Qué importa si no llevamos el calzado adecuado? Caminaremos descalzos. La carretera y el horizonte se abren paso ante nuestra aventura. Aquella que empezamos casi sin querer, casi sin organizar. Esa en la que de repente nos vemos en un tren, en un autobús, o en un avión. Esa adrenalina que siento... es lo más parecido que conozco a la libertad. Y de hecho, si tuviera que definir libertad diría: "Alejarte de la persona que estás acostumbrada a ser"
Por lo que yo he aprendido, sí, es cierto, hay momentos que curan otros. Personas que buscan más allá de "tu límite de comodidad", o como a mi me gusta llamarlo "tu mentira más confortable". Aquella que utilizas para tener esa aparente felicidad de la que el mundo suele presumir. Tu máscara ante la realidad tóxica. Son los viajeros que comparten contigo sueños, miedos y horizontes los que nos empujan a cambiar nuestra vida desde dentro, desde nosotros. Momentos serios, momentos absurdamente increíbles, que terminan uniendo los pedazos que forman nuestros mejores años. Disfrutemos ahora que somos jóvenes, ahora que tenemos tiempo y podemos volver a reinventarnos tantas veces como queramos. Ahora que los noches son nuestras y los días nos saben a poco.
Gracias a todos aquellos viajeros que me han cambiado desde dentro, a los que quiero seguir cuantas veces me dejen ir con ellos. A los viajeros que quieren acompañarme aunque sea descalzos.
Os quiero.
María
4 comentarios:
Requeridas más personas como tú.
Requeridas más amigas como vosotras!
El problema viene cuando los problemas no pueden quedarse en tu almohada, cuando tú eres el problema y cuando, por mucho que viajes, nunca puedas librarte de tu propio infierno.
El problema viene cuándo no te quieres. Lucha por lo más duro que existe: sentirte cómodo en tu propia piel.
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