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lunes, 10 de marzo de 2014

90 minutos

Se apagan las luces. Respira. Déjate ir. Vuela.

Supongo que hay nudos que cuestan más de deshacer. Nudos en los zapatos de baile. Nudos al enredarse el viento con tu pelo. Incluso hay algunos que se enredan tanto que acaban asfixiándote.

He calculado los minutos que paso en el bus cada día. Más de noventa, cuando no hay tráfico. Cada mañana me quedo a una milésima de segundo de perderlo, no sé muy bien si es que realmente me divierte el riesgo o que simplemente soy una inconsciente. Puede que un poco de ambas cosas. El conductor sonríe y pronuncia su estudiado y monótono "Buenos días". Busco un sitio al lado de la ventana más grande. Me siento, y me mantengo ausente de todo, con la cartera aún en las manos. No es hasta que los árboles empiezan a aparecer en el camino, cuando decido guardar las cosas y ponerme cómoda. Pero, entonces ahí está: el sol, que ya se ha despertado, inunda poco a poco las montañas con su magia. Esa magia dorada y ténue, que hace que todo se vea distinto. En el bus suenan las canciones de moda en la radio de moda. Todos los pasajeros están ausentes. Pero yo, no puedo evitar hacerle una carrera al sol, admirar el color de un día nuevo, de un día que grita, como todos, ese mensaje olvidado. Ese mensaje que se encarga de ahogar la rutina.

He calculado los minutos que paso en el bus al día. 90 sin ir más lejos. Que equivalen a 7 horas y media a la semana. Y si todo va bien, 30 horas al mes. Es decir, que cada mes, paso un día y 6 horas en el bus, haciendo el mismo trayecto, para hacer las mismas cosas que siempre, los mismos buenos días y hasta mañana a la misma gente. Sin embargo, hay días que el cielo es una paleta de colores salmón y celeste. Otros se vuelven dorados y la tierra luce con sus colores cobrizos y verdes. Días que suenan canciones distintas, que me hacen vibrar. A veces alguien me abraza, alguien sonríe, algo empieza a nacer... A veces alguien sabe que somos extrañamente similares. Os lo prometo... hay días en los que juraría que el mundo es mi hogar.

Y otros, simplemente se amontonan, se enredan y forman nudos complicados. Difíciles de deshacer. Quizá sea el exceso de pasado, su dolor fantasma, que aparece y desaparece en forma de mal sueño. O que nunca he superado una despedida. O, tal vez, seguramente, sea que nunca me he dejado llevar, nunca del todo. Me siento diminuta, sé que lo soy. Sé que sé estar triste, sin molestar mucho. Pero, el problema es que he calculado los minutos que paso al día en el bus, y no quiero perderme el espectáculo.


Quiero ser como el sol. Quiero salvar el mensaje.





Se apagan las luces, respira, déjate ir...            Vive.





María.

2 comentarios:

Imaginativa dijo...

Cuando los nudos aprietan... no hay mejores palabras que las tuyas "déjate ir...vive". A veces se nos olvida...

Gracias por recordármelo.

Un abrazo María.

María dijo...

Gracias a ti, por escucharme incondicionalmente.

La ayuda es mutua.

Otro para ti :)

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